lunes, 15 de diciembre de 2008

Encadenados Cristales Derruidos - Victor Henrriquez



Fluyó angustiosa la sombra de cristal mojado

El galante gemido de la noche implacable

El claustrofóbico abrazo de un cuarto cerrado

Lobreguez de farol descascarado e impalpable.


En los sumideros esboce la estela fría

Y de los hedores nació la más tierna estrofa

En forma de abstracta migraña y melancolía

Conformando la frente de sabio que se mofa.


Los arcaicos espejos bendijeron la ausencia

Y el silencio destruyo e inhumó el cielo que estalla

Cuando del barrio se va desflorando la esencia

De un océano en que nada una abierta caballa.


La pena se irradió dentro un rocío teñido

Y que naufragó sobre marchitadas mejillas

Pero el nervio más las vértebras ya se han molido

En mí cual senos rotos de vetustas vajillas.


Yendo bajo el solitario calor de esos besos

El aliento hosco acaricio páginas aquellas

Donde los rizos del viento se mojan en sesos

De cuerpos de costeras ninfas y auroras bellas.


De entre matorrales el bálsamo de mis penas

El vicioso vestido escarlata abrasador

Que eleva en Perú de su desierto las arenas

Una barca derribada en un cobijador.


Dictamina un clamor, pegajosa enfermedad

Una parca sudoración en los callejones.

La hibrida lágrima que dispendio la ansiedad

El croquis sedicioso e indócil de los portones.


Infecunda la caravana, la brutal danza

Sacra e impregnable la lluvia de un impío rostro

Va la letra al cielo enclaustrada cual larga lanza

Y al quebranto el crepitar del cuerpo y alma que postro.


El encantamiento nuclear de la afonía

Encrespó el pilar absorbente de la demencia

La tópica mansión donde oscila la agonía

La furia y estruendo que desbarata la elocuencia.


Letrillas danzantes metálicas insurrectas

Ondas abrumadoras, inclementes, litúrgicas

Insatisfacciones de bordados incorrectas

Girasol echado sobre mangas metalúrgicas.


Las violentas mazmorras, fisuras de costillas

Citan desconcertadas y descalzas lloronas

Que articulan sedientos termos de las mejillas

Tras el derrame de contemplaciones chillonas.


Arriba los errantes estruendos sofocados

Los pianos despojados sobre el techo arrugado

Cuales cálices sobre los cielos despejados

Bailan con efusión el cántico al mar anclado.


Protagonismo del hálito ocular salino

Donde se propaga la tierra yerma y entristecida

El valle donde se disemina un cruel destino

Una estrella desde ya eclipsada y desconocida.


Celajes derruidos traspasados por efluvios

De un atardecer hediondo trenzado en harapos

De una morada ausente bañada de diluvios

De besos inermes y frentes que van con trapos.


La armonía terca, transparente e inmaculada

Rompe el techo del cielo con implacable luz

Cual la cúpula se desliera con la mirada

El gruñido retorcer de un cuerpo en una cruz.


Son las crepitaciones del mortal intranquilo

Tras la lluvia del vendaval que muerde el sollozo

Delgada y rota ceremonia ancestral del hilo

Del doliente capullo, herida del calabozo.


Tibios temblores en los parpados lacerantes

Manos de escalpelo en frentes de arrugadas caras

Surcos de plenas acequias de pies caminantes…

Son ánimas a tersa piel hundidas en varas.


El genial mausoleo centellante del amor

Abrió la frialdad policroma de los retratos

Que bajo el subsuelo fueron rajas de clamor

Cual desértico gozo forjado en suaves tratos.


Los libró nuestro ruin pero benigno señor

Los salvó de todo desliz y de falsedad

Porque el cristal fue cual reflejo de un monseñor

Que no absuelve faltas si no comete crueldad.


Solloza barca ebria de clarines escarlatas

De malarias sediciosas de moho en las luces

Templadas gamas de ojos cual brillantez de latas

Borracho éxtasis que van en raras tibias cruces.


Penitente fue la atroz marea oscurecida

Un cuadro cuajado implacable por la frontera

Fue la soberana aurora al viento derretida

Un cáliz nublado bajo una cadente cera.


El sometimiento perdurable enredador

Tras los años prolongados de helada dolencia

Que rondaba en los puertos del sol escalador

Que se fundía, sobre un terreno sin clemencia.


Fue melodía magistral, de aplazada sonda

Tinte de penumbras sobre buques enclaustrados

Cual uva de turbio néctar y claridad honda

Cual madrigal movido a mares desosegados.


Golfo de estrofas de bordes desilusionados

Un limado trazo entre imágenes sacudidas

Velludos cuadernos personales coronados

Donde la letra forja las sangres escupidas.


Secuaz la alarma desigual de dócil sonido

Distensión sobre los cristales adelgazados

El saco de rutas vespertinas sin sentido

Provincias de rurales techados agrisados.


Porque en los techos de los hogares de provincias

Son de extrañas cadencias llenas por el amor

Un amor que olvida de penurias de existencias

Y cobija del viento en los prados el rumor.


Fue por debajo de los anaqueles de tierra

Donde renacieron las fragatas olvidadas,

De un tiempo donde escale a carne y fuego la sierra

Y vi mantas de piel al infierno confinadas.


Sobre las veredas las cenizas encallaron

El escorbuto ensangrentado echado al cemento,

Fecundo cementerio de rosas que posaron

Arropadas bajo una lapida, su cimiento.


Los inquietos y fundidos rocíos ocultos

Despilfarran la lisonja extasiada dorada.

En mis tristes años de pasos errantes cultos

El desagüe de la condena no es encontrada.


Frente puertas cerradas donde caen las piedras

Susurros tallando unos oídos afligidos.

Descolgaban de la sombra de gigantes hiedras

Pinturas de encadenados cristales derruidos.


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