
I
¿Quién soy? Pues no seré él quien debe ser.
¿Hacia dónde voy furtivo y distante?
Bosqueja la estela mi ánima errante.
En mi reflejo no me logro ver.
¿Qué hondo vacío aguarda mi caer?
En este hoyo de sombra crepitante.
Cual mausoleo de muerte incesante
Llevo el dolor que “el ser”, ha de traer.
¿Qué mendigo en los recodos del mundo?
Acaso la lámpara de un amor
Que albergue felicidad en su pecho.
O la muerte de mi ser moribundo
Tras huella de gloria de mi dolor
Que quien viene loara sin derecho.
II
¿De dónde viene mi verso elevado?
Desciende de la más gélida herida,
El triste sueño con que es inspirado
El cantor, su conmovedora vida.
Tras huida del crepúsculo socavo
Los recuerdos, alegría perdida.
Un agujero de helado horror cavo
A mi cansada lírica abatida.
Es el pequeño relente de hoja
Al ser acariciada por la brisa
La sangre que me recorre y me moja.
La pena de la vida me congoja
Tan cruel y violentamente, sin prisa…
Tanto que mi corazón se deshoja.
III
¿De dónde proviene mi pobre casta?
Surge de las grietas del corazón,
Del cautivante olor de la ilusión
Que para la esencia del bardo basta.
Mis sueños se los llevo una banasta
Hacia los flujos de la desazón
Más cuando de amor puro hubo ocasión
Clave mi mal en bermeja cruel asta.
En el eón de los giros robustos
De la mente, el rubor de una sonrisa
Proveyó en mi eje una serie de sustos.
Ante el fulgor de los astros vetustos
De mi triste amada evoque su risa
Cual rocío de luna en los arbustos.
IV
Anduve por la tierra desolada
Y de mi boca broto un ruin gemido.
En mis ojos contemple lo temido:
-Soy la lágrima perdida en la nada.
El temblor de flama precipitada
Mi hendido columpiar tenso tendido,
Nave de bruma de abismo derruido
De hoja e pluma a mano por siempre liada.
La letra subyugante sin letargo
De lustre difícil, fluyente, amargo
El desatino arrastra su remanso.
La señal viola con fulgente rostro
Párrafo de luto que triste postro
Donde habla el océano al cielo manso.
V
Perdóneme por aquellos pantanos
De vuelos subyacentes de mis manos,
Por los lapsos perpetuos de sepulcro
Con los cuales nunca encontraron fulcro.
Pero el vuelo es de cóndor resquebrando
Con su hipar la cordillera, arraigando
Su ancha cutícula el plumaje incógnito
De preñado calor, de mar lignito.
Los cometas blancos de la galaxia
Huyen por la misma razón y afán
De la copla hueca, rellena de ataxia.
Del desierto emana el aullido seco,
La muerte lleva un pálido gabán,
En el silencio eterno se oye el eco.
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