martes, 16 de diciembre de 2008

Poema Titulado: Eco



I


¿Quién soy? Pues no seré él quien debe ser.

¿Hacia dónde voy furtivo y distante?

Bosqueja la estela mi ánima errante.

En mi reflejo no me logro ver.


¿Qué hondo vacío aguarda mi caer?

En este hoyo de sombra crepitante.

Cual mausoleo de muerte incesante

Llevo el dolor que “el ser”, ha de traer.


¿Qué mendigo en los recodos del mundo?

Acaso la lámpara de un amor

Que albergue felicidad en su pecho.


O la muerte de mi ser moribundo

Tras huella de gloria de mi dolor

Que quien viene loara sin derecho.


II


¿De dónde viene mi verso elevado?

Desciende de la más gélida herida,

El triste sueño con que es inspirado

El cantor, su conmovedora vida.


Tras huida del crepúsculo socavo

Los recuerdos, alegría perdida.

Un agujero de helado horror cavo

A mi cansada lírica abatida.


Es el pequeño relente de hoja

Al ser acariciada por la brisa

La sangre que me recorre y me moja.


La pena de la vida me congoja

Tan cruel y violentamente, sin prisa…

Tanto que mi corazón se deshoja.


III

¿De dónde proviene mi pobre casta?

Surge de las grietas del corazón,

Del cautivante olor de la ilusión

Que para la esencia del bardo basta.


Mis sueños se los llevo una banasta

Hacia los flujos de la desazón

Más cuando de amor puro hubo ocasión

Clave mi mal en bermeja cruel asta.


En el eón de los giros robustos

De la mente, el rubor de una sonrisa

Proveyó en mi eje una serie de sustos.


Ante el fulgor de los astros vetustos

De mi triste amada evoque su risa

Cual rocío de luna en los arbustos.


IV

Anduve por la tierra desolada

Y de mi boca broto un ruin gemido.

En mis ojos contemple lo temido:

-Soy la lágrima perdida en la nada.


El temblor de flama precipitada

Mi hendido columpiar tenso tendido,

Nave de bruma de abismo derruido

De hoja e pluma a mano por siempre liada.


La letra subyugante sin letargo

De lustre difícil, fluyente, amargo

El desatino arrastra su remanso.


La señal viola con fulgente rostro

Párrafo de luto que triste postro

Donde habla el océano al cielo manso.


V

Perdóneme por aquellos pantanos

De vuelos subyacentes de mis manos,

Por los lapsos perpetuos de sepulcro

Con los cuales nunca encontraron fulcro.


Pero el vuelo es de cóndor resquebrando

Con su hipar la cordillera, arraigando

Su ancha cutícula el plumaje incógnito

De preñado calor, de mar lignito.


Los cometas blancos de la galaxia

Huyen por la misma razón y afán

De la copla hueca, rellena de ataxia.


Del desierto emana el aullido seco,

La muerte lleva un pálido gabán,

En el silencio eterno se oye el eco.

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